El duelo
Una historia de cuando la convicción de luchar por lo que amas te lleva a enfrentar tus temores sin importar el desenlace.
AMORMIEDOODIOREVELACIÓN
1/30/20164 min read


Hoy me encuentro en un camino que debí recorrer hace mucho tiempo. Estoy en un paraje desolado, bajo un sol implacable que quema mi piel y asfixia mis pulmones. Tras una larga e impaciente espera, logré distinguir en el horizonte a la persona que tanto esperaba. Cuando solo le faltaban cien pasos para llegar hasta mí, se detuvo. Vestía de negro y, en su cintura, relucía el brillo metálico de aquello que todo hombre teme, pues con cada silbido de su boca, puede escaparse el alma. Pero a estas alturas, eso ya no me importaba, porque estaba allí para enfrentarlo.
En el ambiente solo se sentía un calor infernal y un silencio abrumador, ese silencio denso que precede al enfrentamiento de dos titanes, un silencio tan profundo que permite escuchar incluso las palpitaciones del adversario. Justo en ese instante, sentí cómo un torrente de adrenalina recorría mi cuerpo, una descarga eléctrica que empezó en mis pies y ascendió hasta mi corazón y mi mente, casi logrando que apartara mi mirada de sus ojos. Sin embargo, los escudriñé hasta descubrir su alma y supe que, igual que yo, él cargaba una pena y estaba dominado por el miedo, ese miedo que solo corroe a quienes saben que van a morir. Mis manos permanecían inmóviles, pues, en el fondo, sabía que también podría ser mi momento de llamar a las puertas del cielo.
Por fin llegó el momento y, sin pensarlo dos veces, mi mano desenfundó y disparó dos llamaradas del fuego interno que me consumía, que me devoraba por dentro. Pocos segundos después, vi cómo su cuerpo se desplomaba y quedaba tendido en aquellas tierras polvorientas y desoladas, el mismo terreno donde los más valientes han caído, perdiendo su honor, su fe, su amor y su vida.


La alegría recorría mis venas como un río desbordado, salvaje como un corcel negro bajo la luz de una luna llena. Mi rostro se iluminó y el espacio se llenó con mi risa estruendosa y desentonada. Sin embargo, esa alegría se desvaneció de golpe cuando una bocanada de humo invadió mi cuerpo, embotando mis sentidos. Sentí cómo mis pulmones, ya agotados por el calor, suplicaban por un poco de aire. El humo comenzó a provocarme náuseas y mi cabeza empezó a girar sin control, atrapado en un vértigo interminable.
Sin poder evitarlo, empezaron a surgir imágenes tan intensas que me estremecían, como si viera el útero de mi madre y sintiera sus palpitaciones retumbando en mis oídos. Observé cómo mi infancia desfilaba ante mí, cómo mis seres queridos morían, cómo el mundo se descomponía y se iba por la alcantarilla, cómo las personas se destruían entre sí. Sentí que mi odio y mi amor colisionaban, creando un destello inmenso que fragmentaba mi vida, mientras el estruendo de esa explosión sacudía mis entrañas. Vi crecer una gigantesca masa incandescente que arrasaba con las esperanzas e ilusiones, y con ellas, el alma de quienes vivían aferrados a sus sueños.


Sentía cómo todas esas visiones iban y venían, enloqueciéndome poco a poco, hasta que apareciste tú y me ofreciste tu mano blanca, delicada y hermosa. Por un instante, pensé que todo era solo un amargo sueño, pero fue un dolor intenso el que me devolvió a la realidad. Sentí cómo el destino tiraba de mi alma y, con cada tirón, tu amor se deslizaba entre mis dedos.
Con las últimas fuerzas que me quedaban, caminé hacia el cuerpo tendido en el suelo, ese ser que tanto tiempo me había acechado, sembrando en mí un miedo atroz a perderte. Al llegar junto a él, vi que de sus ojos brotaban amargas lágrimas de sangre, una sangre que tenía tu aroma. Y en medio de aquel mar carmesí, con sus últimos suspiros, logró decirme:
-Conseguiste que mis manos no pudieran tocarlas más, que mis ojos no pudieran contemplarla más, que mis labios no pudieran besarla más; pero lo que no sabes es que con mi alma se va ella.


Sentí cómo un zarpazo feroz desgarraba mi amor, mi odio, mi todo. Mis fuerzas ya se habían consumido, como aquel cigarrillo que en otro tiempo me hizo compañía. Vi cómo su alma abandonaba su cuerpo; lo que no pude ver fue el momento en que la mía también se alejaba del mío.
Me desplomé sobre aquel cuerpo inerte, mientras el sol ardiente e implacable fue evaporando mis alegrías y las emociones más profundas de mi ser, sumiéndome en una oscuridad absoluta. En ese abismo comprendí que estaba solo, en aquellas tierras de nadie, muriendo de amor y por amor.
Mi último deseo antes de morir es que, alguna vez en tu vida, me recuerdes como el hombre que más te amó y que, por ese mismo amor, fue capaz de morir desolado, perdido en la inmensidad del horizonte, enfrentando a su rival y desangrándose por una bala que le partió el corazón.

