El brillo del fulgor de tus labios
Un recuerdo de un pasajero pero intenso amor.
AMORPASIONDESPEDIDARECUERDOS
3/17/20165 min read


Hoy, sentado en la sala de espera de un aeropuerto desconocido, aguardando un vuelo que me llevará hacia nuevos rumbos, lejos de esa llamada zona de confort, comencé a recordar cómo el brillo de tu sonrisa y el fulgor de tus labios me hicieron delirar en cada una de las breves ocasiones en que tu cuerpo acompasó al mío. Y pensar que todo esto empezó con unas pocas palabras, separadas por nuestra distante cotidianidad. Una gran muralla llamada «amistad» limitaba nuestras conversaciones breves y esporádicas, pero había algo en la intensidad de tu mirada y en el temblor involuntario de tu cuerpo cuando mis manos te rozaban, bajo la excusa de seguir el ritmo marcado por la clave que guiaba la timba, la tumba y el temba de aquellos días.
Estoy seguro de que percibí otras señales, pero no confiaba en mi intuición; mi subconsciente lógico insistía en que era imposible unir nuestros destinos, dado lo complicado de nuestros entornos. Sin embargo, poco a poco las barreras fueron cediendo, hasta que en medio de un adiós inevitable, nuestras miradas finalmente se encontraron.
- ¿Estas seguro que quieres que esto pase? - Me preguntaste.
- Por supuesto que si - Te respondí con un grado de incredulidad.
Allí, en medio de las sombras, fue la primera vez que sentí cómo me derretía al contacto de aquellos labios carmesí que tanto había deseado. Poco a poco me fui perdiendo en aquella expresión de deseo reprimido que durante tanto tiempo había luchado por no manifestarse. Mi sorpresa fue aún mayor cuando noté que, de pronto, brotaban lágrimas como manantiales desde aquellos hermosos ojos café.


- ¿Por qué tu corazón es prohibido para mí? - Volviste a preguntar.
- ¿Por qué tuve que llegar en el lugar y el momento equivocado? - Continuaste.
- Esto no debe ocurrir - Finalmente concluiste.
En medio de mi perplejidad, mi honesto subconsciente despertó del narcótico sueño inducido por Venus y Eros y respondí:
- Tienes razón, es mejor que me vaya.
Y entonces tomaste mi mano y me pediste que no lo hiciera. A partir de ese instante, fue inevitable seguir compartiendo aquellos besos con sabor agridulce, besos que constantemente debatían sobre el eterno dilema entre el querer, el poder y el deber (dilema sobre el cual hablaré en otra ocasión). Ese debate nunca tuvo conclusión, y así dejamos fluir una incipiente historia de amor, marcada por constantes idas y venidas.
Los besos furtivos de nuestros siguientes encuentros fueron abriendo lentamente las puertas hacia los deseos más profundos de nuestros seres. Mis manos exploraron cuidadosamente tu cuerpo hermoso y femenino, recorriendo cada curva, cada colina y cada valle, percibiendo tus reacciones sensuales ante el contacto suave sobre tu piel. Tu exquisito aroma actuaba sobre mí con un efecto embriagante, haciéndome desear cada vez más de ti, hasta que finalmente alcancé la fuente misma de mis anhelos y sentí tu profunda humedad, evidencia inequívoca del placer que experimentabas al ser tomada por aquel extraño que jamás imaginaste que llegaría a tu vida.


Hubo momentos en los que creí que aquello que sentíamos jamás se consumaría, hasta que un día permitiste que el agua fluyera bajo el puente. Compartí contigo miradas tan profundas que lograron desnudar mi alma y revelar abiertamente el amor que sentía por ti. Grabé en tu cuerpo cada caricia y cada beso posible para hacerte sentir fuera de este mundo, para demostrarte que eras la mujer más deseada, y para que por primera vez en tu vida supieras lo que significa realmente hacer el amor. Descubrí en ti una inocencia singular al amar, sintiéndome privilegiado al guiarte en este arte. Nuestro primer encuentro fue intenso como una montaña rusa; sin embargo, al final quedó un sabor amargo, porque ambos pensamos que sería también el último, creyendo implícitamente que era lo mejor para los dos.
Intentamos buscar otras maneras de relacionarnos, pero la tentación siempre estuvo presente - claro, cómo no iba a estarlo, si es una de las herramientas favoritas de aquella serpiente que nos acecha desde tiempos inmemoriales - y así volvíamos a sucumbir inevitablemente en la dulzura de nuestros labios y en la profundidad de nuestra intimidad. Cada encuentro representó un nuevo renacer, lleno de tantas primeras veces que resultaba embriagador, sirviendo lentamente como fertilizante para que un jardín de sentimientos creciera en un terreno árido y rocoso, lejos de ser el idóneo para cultivar algo tan delicado. Finalmente llegó el momento en que debíamos podar ese jardín para evitar que sus raíces causaran más daño al ser arrancadas.


Un adiós llevó a otro, y hasta una gran despedida fue redactada con tal delicadeza y majestuosidad que mi corazón comprendió que el final estaba próximo. Debo confesar que jamás pensé que aquella vez, cuando me perdí en tus labios bajo una noche estrellada, bañados por la luz plateada de la luna e inundados por la fresca brisa marina, sería nuestro último encuentro de amor.
Quizás esta historia fue breve, pero para ambos resultó intensa. En este momento quisiera citar una frase de una película que me encantó: «Hay infinitos más grandes que otros, pero doy gracias a Dios por nuestro pequeño infinito». Pienso que, aunque tuve que tomar un camino distinto en aquella encrucijada que probablemente prefieras olvidar, me queda la satisfacción de haberte hecho recordar lo que es el amor y la alegría, de haberte hecho vibrar como mujer, y de mostrarte que la vida tiene más colores además del blanco, gris y negro.


Quiero que sepas que una parte de mi corazón quedó en cada palabra, en cada mirada, en cada caricia y beso que compartimos, así como tú permanecerás siempre como un recuerdo maravilloso tanto en mi mente como en mi alma. Puedo decir con certeza que me lavaste el espíritu justo en el momento que más lo necesitaba. Deseo sinceramente que el brillo de tu sonrisa y el fulgor de tus labios permanezcan intactos a lo largo del resto de tu hermosa vida.
Creo que es momento de decir....¿Ok, Hazel Grace?